Era de noche en Barcelona y Gaudí se encontraba caminando por las calles de la ciudad. La brisa fresca acariciaba su rostro y el suave murmullo de la ciudad lo envolvía en una atmósfera mágica. Sus pensamientos estaban en sus obras, en sus sueños y en todo lo que deseaba lograr con su arte. Se detuvo frente a la Sagrada Familia, su obra maestra, y la contempló con admiración. Cerró los ojos un instante y se dejó llevar por sus sueños, por todas las ideas y los deseos que bullían en su interior. Se imaginó completando la iglesia, viendo sus torres alcanzar el cielo y sintiendo la emoción de haber creado algo único y maravilloso. Se imaginó construyendo el Parque Güell, diseñando la Casa Batlló y dejando su huella en cada rincón de la ciudad. Sus ilusiones eran grandes, pero él sabía que con trabajo y determinación podía lograr todo lo que se proponía. Se sintió feliz sabiendo que estaba cumpliendo su propósito en la vida. Sus sueños eran su motor, su inspiración y su razón de ser. Más tarde comprendió que eran sueños premonitorios.
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